miércoles, 22 de mayo de 2013

Un matrimonio feliz | Rafael Yglesias


Esta es una reseña difícil. El libro es peculiar, más que peculiar.

El tema central es el cáncer. Los últimos días de vida de la esposa del narrador, enferma terminal de cáncer. El libro empieza con la decisión, tras dos recaídas en la enfermedad, de dejar de luchar contra ella. Aceptar que se terminó.

La reseña es difícil porque el libro es difícil. ¿Quién puede leer este libro? ¿Quienes ya pasamos por esto? ¿Aquellos que entendemos de qué sentimientos da cuenta cuando habla de la alimentación parenteral, de la colostomía, de los delirios…? Es sumamente doloroso, pues vivir con Enrique la agonía de Margaret te grita agonías personales, las de verdad. ¿Quién entonces puede leerlo? ¿El que no ha vivido todo esto? Supongo que para ellos sería un libro duro por ajeno, por extremo, porque no tienes idea de cómo es lo que se narra si no lo has vivido aunque sea poco. Aunque quizá, por aquello a lo que interpela, tanto unos como otros deberían leerlo, aunque a unos y otros les pueda en el alma de distinta forma. Quizá no debería leerlo quien está viviendo un proceso de estos; no hay nada más desalentador que estas letras cuando se está luchando por seguir esperanzado. No lo sé. Es un libro de recomendación difícil.

¡Listo! Tengo una respuesta tentativa... deberían leerlo todas las enfermeras del mundo. Creo que deben ser las únicas con bastante estómago y experiencia suficiente para que el libro les hable directamente sin destrozarles el corazón por el camino.

La novela intercala en los capítulos nones, la historia del principio de la relación de Enrique y Margaret, treinta años atrás. De cómo contra todo pronóstico (del protagonista, el lector ya sabe a dónde va todo) se enamoran, se casan, se engañan, se perdonan y se quieren. En estos capítulos se hace evidente que esta, como todas las historias de amor, es realmente corriente.

Que además el autor, como el narrador, sea novelista, haya triunfado desde muy joven, escriba guiones para Hollywood, tenga dos hijos varones y acabe de perder a su esposa por un cáncer repetido… da mucho de qué hablar. Es demasiada desnudez para no sentir un escalofrío de saber que si te narra lo que te narra como te lo narra es porque, irremediablemente, narra la historia de su vida. Eso es lo que, al final de todo, te hace llorar.

lunes, 18 de febrero de 2013

Las vírgenes suicidas | Jeffrey Eugenides

 
"Era martes y la madre de Joe olía a pulimento para muebles" (pág20). La oración es horrorosa, no hay manera. Quizá alguno piense que es un problema de traducción, pero temo que en inglés es igualmente horrible: "It was Tuesday and she smelled of furniture polish".

Esta novela está escrita en los noventas, esto es importante aclararlo porque es una constante en la lectura. De alguna manera, a pesar de no estar situada en un tiempo determinado, es evidente que el quehacer literario de los noventas permea cada frase del libro. Puede pensarse que esto ocurre en la mayoría de los libros y que cada década, cada año si me apuran, se cuela en la escritura. Estoy de acuerdo, pero en unos libros esto es una característica más, en otros, esto es la característica primordial. Yo leo Las vírgenes suicidas de Eugenides y, lo quiera o no, siento que estoy leyendo un libro del pasado, un libro viejo, más viejo que El proceso de Kafka a pesar de que este otro no se escribió hace veinte años, sino hace cerca de cien. Es algo que pasa con algunos libros (como con algunas personas) que envejecen a diferente ritmo. Esta novela de Eugenides está muy bien escrita, pero ya se hizo vieja.

La idea que sostiene la novela da para mucho: cinco hermanas, bonitas, sanas, jóvenes y vírgenes, poco inocentes y tentadas por la muerte. La idea, en sí, es un acierto. Sin embargo, temo que la narrativa que la acompaña cansa, agobia. Tiende a ser paja que ostenta su ser paja. Las veinte primeras páginas son un placer, las cuarenta últimas son una lección de buena redacción, todas las intermedias, ciento sesenta, son un ejercicio de autocomplacencia de Eugenides. Se sabe buen narrador, no parece esforzarse mayormente, es como si hiciera tiempo en contar cómo todo el vecindario sueña con las hermanas, todo el vecindario espía a las hermanas, todo el vecindario guarda obsesivamente reliquias robadas a las hermanas para poder, luego, imaginar que tras las reliquias están también allí, junto a ellos, las hermanas... Y es bueno, sí, no pretendo negarlo; pero no me es fácil perdonar tantísimos y tantísimos personajes a los que da nombre y apellido y no sirven más que para una mención a media página, para convertirlos en instrumento que sirve de pretexto para volver una y otra y otra vez a la obsesión grupal por las Lisbon. Y no perdono del todo estas ciento sesenta páginas narradas como declaración policial, porque ese texto parece jactarse "dame chance, solo estoy haciendo tiempo para lanzarte cuarenta páginas perfectas... solo estoy llenando folios porque ya sé que cuando leas las cuarenta páginas perfectas con las que termina el relato, habrás de perdonarme". Lo siento, acepto que las cuarenta últimas páginas son casi perfectas, pero para mí eso no justifica las anteriores. Además, es justo en esas páginas de relleno en las que más se cuela el discurso que grita "soy noventero".

Si con lo leído hasta ahora en esta crítica, alguno tiene la vaga idea de que el libro es malo es importante desmentirlo antes de que sea tarde: "Tumbados sobre un trozo de estera en el sótano de los Krieger, nos dedicábamos a soñar en todas las maneras posibles de consolar a las hermanas Lisbon" (pág53). El libro tiene un sinfín de oraciones magníficas como esta, que describen a la perfección esa edad en que casi todo es adorar a distancia y soñar despierto. Lástima, insisto, recurrir a tantos personajes insignificantes para intentar convencer al lector.

Me parecen muy bien logradas las imágenes que logra el leitmotiv de las moscas de pescado, siempre atacando a todo el vecindario y siendo abatidas por todos menos por los Lisbon. La casa se va cubriendo de este pequeño insecto, las ventanas van perdiendo transparencia, las paredes van dejando su blancura. Las moscas de pescado son la constatación del abandono de los Lisbon por su casa y el abandono de los Lisbon por su casa es la constatación del abandono de los Lisbon a sí mismos. Ellos también se están dejando vencer por las moscas del pescado que los recubren, los ensucian y los dejan en un estado similar a la penumbra, en desolación. Estos insectos que van y vienen en el relato hacen a veces que el asco que generan se extienda y te haga entrar en la novela y sufrirla. En ese mismo rubro, también me encanta el tema del olor de la casa. Cuanto mayor es el abandono, mayor es, también, el olor a mujer que despide la propiedad y ese olor va saliendo por las ventanas y por las puertas. Ese olor hace que aun a pesar de no ver a las hermanas los vecinos sigan obsesionados con ellas. ¿Será ese olor el que hace que Eugenides tenga tantos y tan fieles lectores en Estados Unidos? No lo sé. Por lo pronto, me apunto sin mucha convicción a leer The marriage plot, su última novela. Siendo de 2011 tendrá que dejar otro sabor.

En fin. Las vírgenes suicidas me gusta, pero poco. Me hubiera gustado mucho más hace diez años. Hoy me da la impresión de que ya envejeció el libro o, muy probablemente, irremediablemente, ya envejecí yo.

miércoles, 30 de enero de 2013

HHhH | Laurent Binet


¿Qué hacer cuando es imposible entenderte con el protagónico de tu novela? ¿Cómo tolerar no tener ni un poquitito de empatía con tu personaje central? ¿Qué inventar para poder convivir con él? ¿Cómo vivir con un protagonista que es un cabrón?

¿Cómo pasar el trago de saber que tus otros protagonistas tienen en sus manos una encomienda que exige más valentía que toda la que cabe en el mundo?

Y qué pasa si, además, sabes que absolutamente todo fue real.

HHhH es el inolvidable título del libro. HHhH son las iniciales de una frase en alemán. La H primera es la de Himmler, uno de los jefes del nazismo, para ir a más Heinrich Himmler, con lo cual, Binet podría haber sumado ahí otra H, pero ya tenía suficientes; así que nada más contó con la H del apellido Himmler dejando de lado la H del nombre Heinrich. Así pues, la primera H es la de Heinrich Himmler, uno de los más famosos subordinados de otra H, todavía más conocida, todavía más temida, la H de Hitler que fue el causante de la H más triste de la H de Historia, la H del Holocausto. En fin, para aclararnos, solo vamos una H del título, la primera, la H de Himmler. La H segunda es la de Hirn. Hirn significa cerebro. En alemán, los sustantivos siempre se escriben con mayúsculas, por ello es Hirn aunque sea cerebro. No puede ser hirn porque parecería un verbo, ni puede ser Cerebro porque sería un inolvidable personaje de mi niñez. Si bien en español el cerebro es sustantivo común y por ello se escribe con minúscula, en alemán todos los sustantivos son propios y todos todos todos se escriben con mayúscula. Así bien, la segunda H que no es h sino H es la de Hirn, cerebro. La h tercera es la única minúscula, es la h del verbo conjugado "heissen", nombrar, "Ich heisse Estuve Leyendo" (yo me llamo Estuve Leyendo -bueno, no me llamo así, pero casi-), "Du heisst Lector/Lectora" (tú te llamas lector/lectora), "Er heisst Laurent Binet" Él se llama Laurent Binet. Hasta aquí necesitamos llegar en la conjugación. Es el mismo caso que en el título. La h de heisst es la tercera persona del singular del verbo llamar(se). Ya llevamos tres haches, dos mayúsculas, una minúscula. La H última (finalmente) es la H del protagonista de esta historia, Heydrich, Reinhard Heydrich, que es el subordinado de Himmler... Entonces, el título dice HHhH Himmlers Hirn heisst Heydrich" es decir, el cerebro de Himmler se llama Heydrich. El protagonista, el gran cabrón de esta historia, es Heydrich, el ayudante del ayudante de Hitler.

Pues eso, Reinhard Heydrich es una malísima persona, es un nazi convencido (perdonen la redundancia) y el libro es magnífico. El personaje histórico, Heydrich, fue el encargado del Protektorat de Bohemia-Moravia, es decir, de la actual Chequia. Menuda manera tenían los nazis de nombrarse. Tenemos a Hitler llamándose Führer a sí mismo, Führer es guía, y un dictador no es un guía. Pues bien, lo mismo pasa con el Protektorat, aquello que los nazis hacían en Chequia (y en Eslovaquia y en Austria y en Francia...) no es un protectorado sino una situación total de desprotección. El nazismo es, sencillamente, incomprensible.

El autor, Binet, es un narrador muy peculiar. Mientras narra nos habla de su rol de narrador. Es decir, no se limita a narrar, también comenta su proceso narrativo, sus elecciones para contar un episodio determinado. Constantemente tiene dudas, constantemente quiere explicar cuáles son sus creencias de cómo debe escribirse cuando lo que se está escribiendo es la historia. Se niega en rotundo a escribir una novela histórica realista en la que pretenda saber qué sentía, qué pensaba o qué veía en determinado pasaje determinado personaje histórico. Lo dice en el capítulo 40: "No, no es inventado. Por otra parte, ¿qué interés habría en 'inventar' el nazismo?". Él se limita a los datos que tiene, las declaraciones que se hicieron y lo que se sabe de los episodios que él cuenta. Lo interesante de esto es que esas acotaciones son, en todo momento, parte integral del texto. Por eso es que en la novela se pueden mezclar con el nazismo y el Holocausto temas tan sugerentes como comparaciones con otras novelas, anotaciones de películas o la boda de su cuñada. En este asunto me contentó enormemente encontrar en el capítulo 179 unas reflexiones de Marjane Satrapi (de quien yo ya he hablado por aquí) o unas ironías sobre Michel Houellebecq (quien espera, paciente, turno en mi buró).

HHhH iba a llamarse Operación Antropoide, pero el título fue rechazado por los editores para que nadie creyera que se trataba de una novela de ciencia ficción. Temo que para cualquiera que no sepa nada -pero nada- del Holocausto podría ser ciencia ficción si no se documentara. El Holocausto es así, de tan absurdo parece completamente irreal. No se puede creer que no sea la mera invención exagerada de una sola cabeza. Quizá por eso, la historia parece querer venderlo como tal, como una loquera de un demente chaparro y con bigotín, pero a veces a la historia (y a su vicio simplificador) se le olvida que fueron muchos los hombres que lo siguieron, y que fueron muchos los hombres en su equipo y que la maldad se daba en maceta. En este sentido el libro también es un acierto, cambia el objetivo del análisis para alejarlo, por una vez, de Hitler y lo pone en otro de sus hombres. Así, te muestra que el proyecto proalemán era un mal de muchos que no consolaba a ningún tonto, que por definición no consolaba a nadie. En fin, decía que HHhH iba a llamarse Operación Antropoide y es que Binet, en su peculiar y magnífica manera de narrar, insiste en que él considera que sus protagonistas son tres, son los miembros de la resistencia checa en el exilio que planean un atentado contra Reinhard Heydrich (no hay spoiler, estoy en la primera página), sin embargo, aquí sí me atrevo a dudar. La novela de Laurent tiene dos grandes momentos, si bien la segunda mitad está protagonizada por los valientes cuerpos de la resistencia checa (y eslovaca), yo pienso que en la primera mitad larga de la novela el protagonista es Heydrich, aunque lo odiemos. Luego su figura se va desdibujando para dejar sitio a los otros, a los que mueve el patriotismo; pero eso va ocurriendo después, lentamente, imparablemente. Los tres héroes tienen, además, la peculiaridad de llamarse como los tres que cohabitan conmigo en casa... y aunque esto daría para mucho, me impacta tanto que mejor lo dejaré pasar.

La novelita (si es que a una novela con tremenda temática se le puede dar el diminutivo) tiene 257 capítulos en 391 páginas. Es otro acierto (todos son aciertos aquí), está bien pensado que los capítulos sean cortos, te permite parar constantemente a recuperar el aliento y a tratar de restablecer la piel erizada. En fin, ya estoy deseando releerla, con la primera lectura aprendí muchísimo, dejó el listón muy alto para la segunda vuelta.

martes, 15 de enero de 2013

Puedo explicarlo todo | Xavier Velasco


Me encanta Velasco, me encanta. No se merece menos. Cada frase que escribe logra en mí una sonrisita que va de afuera hacia adentro. Quizá me gusta tanto que lo saboreo de más. Habrá (seguro que hay) quien puede comerse una barra de chocolate en dos mordidas y media y en el transcurso de una canción. Yo como una barra de chocolate de poquito en poquito, cuando el chocolate es bueno. Velasco es buen chocolate, sabe su negocio y lo demuestra escribiendo tremendos bodrios que a mí me conquistan desde el aparador de la librería y que ya desde ese momento sé que voy a comérmelos lentamente, bocadito a bocadito, de tres en tres páginas, literalmente, aunque el libro se haga eterno. La eternidad (si está acompañada de buena literatura) se puede dar el lujo de ser infinita.

Velasco escribe en Puedo explicarlo todo, la monería de setecientas páginas que no se pueden leer rápidamente, punto. Necesitas dedicarle muchísimos ratos, siempre cortitos. Cada poco encuentras una frase que es como la avellana en la barra de chocolate. No se encuentra la avellana para deglutirla ferozmente. Los hay que al encontrar la avellana, la muerden, dejan que su sabor explote y luego la tragan. Yo encuentro la avellana y la dejo en la boca. Pongo en pausa el mundo con mi avellana. Pongo en pausa el mundo con la frase sencillita que de tan atinada me hace querer leerla comenzándola, cada vez, desde una letra distinta. Ya hacia el final del libro empiezas a tomar velocidad de vértigo, pero ese logro es poco menos que aprendido, tienes que estar totalmente inmerso en la prosa de Xavier Velasco para llegar a esto.

Los personajes de Puedo explicarlo todo, me parecen, con mucho, menos míos que los de Diablo guardián. Seis Imeldas no logran una Violetta. Me gustan más las mujeres velasquescas que los hombres, pero en esta novela, quizá mi personaje favorito, el que me acompañará felizmente en el recuerdo cada dos por tres, será Isaías Balboa. Me encanta, es terriblemente patético, pero tiene el candor necesario para considerarse a sí mismo un ejemplo de vida. Conozco patéticos sobrados de sí mismos suficientes como para comprender a Balboa y sentir ternura por él. Es un asco de persona, pero luego, es tan encantador y dice las cosas tan bien dichas que es imposible odiarlo.

Norma Eleuteria, Olga Brunilda, Nubia Eduviges y Nadia Rosenda son hermanas, solo aparecen brevemente en el novelón. Y casi suenan irrisorios los nombres, pero siendo hermanas, viniendo los nombres no de la misma pluma sino de los mismos padres, parece que son perfectamente posibles. Estos nombres que casi no aparecen, son los de las hermanas de la casi antagonista del libro Imelda Fredesvinda, todas llamadas horrorosamente, todas hijas de una Obdulia, como cabría esperar. Es encantador pensar que lo que diferencia a Imelda de Norma, Olga, Nubia y Nadia es que ella sí sabe distinguir la mala vida, la mala vida consiste en quedarse a vender aspirinas y kótex en Chiconcuac (pág502). Las cuatro hermanas aparecen poco, ellas viven de su farmacia morelense... Imelda aparece mucho, ella es la que cambia el curso de la familia Gómez Germán.

El personaje central del libro es Joaquín, pero en Joaquín viven un montón de personajes que parece usar según va queriendo o necesitando. Si Joaquín debe vivir escondido, siempre cabe sacar a pasear a sus alter egos aunque así estos le vayan ganando terreno al de carne y hueso. "La diferencia entre tú y yo, mi querido Joaquín, es que te crees cabrón, por perfecto, y yo me creo perfecto, por cabrón. Lástima que no seas tú perfecto, y yo sí sea cabrón." (pág533) Además, Joaquín tiene la cualidad increíble de dominar el concepto de abrazos de vampiro querendón... también estos abrazos los conozco, solo que no me sabía su nombre de pila.

Me gusta tanto la cadencia de la prosa de Velasco que debo confesar que la última vez que lo vi lo encontré hasta guapo. Y es que para hacer honor a la verdad le tendría que decir lo mismo que el doctor Alcalde le dice a su maestro: "Viejo cabrón, me encariñé contigo".

Que siga escribiendo Velasco, que escriba mucho. Sobra decir esto, pues cuando escribe, siempre escribe en dosis de verborrea inacabable. Yo lo seguiré disfrutando, aunque mientras lo lea sepa que el mundo sigue corriendo y que yo, parada frente al anaquel de la librería en la que se exhibe cada nueva novela, estoy, queriéndolo o sin quererlo, comprometiendo las noches de los siguientes cien días.