martes, 15 de enero de 2013

Puedo explicarlo todo | Xavier Velasco


Me encanta Velasco, me encanta. No se merece menos. Cada frase que escribe logra en mí una sonrisita que va de afuera hacia adentro. Quizá me gusta tanto que lo saboreo de más. Habrá (seguro que hay) quien puede comerse una barra de chocolate en dos mordidas y media y en el transcurso de una canción. Yo como una barra de chocolate de poquito en poquito, cuando el chocolate es bueno. Velasco es buen chocolate, sabe su negocio y lo demuestra escribiendo tremendos bodrios que a mí me conquistan desde el aparador de la librería y que ya desde ese momento sé que voy a comérmelos lentamente, bocadito a bocadito, de tres en tres páginas, literalmente, aunque el libro se haga eterno. La eternidad (si está acompañada de buena literatura) se puede dar el lujo de ser infinita.

Velasco escribe en Puedo explicarlo todo, la monería de setecientas páginas que no se pueden leer rápidamente, punto. Necesitas dedicarle muchísimos ratos, siempre cortitos. Cada poco encuentras una frase que es como la avellana en la barra de chocolate. No se encuentra la avellana para deglutirla ferozmente. Los hay que al encontrar la avellana, la muerden, dejan que su sabor explote y luego la tragan. Yo encuentro la avellana y la dejo en la boca. Pongo en pausa el mundo con mi avellana. Pongo en pausa el mundo con la frase sencillita que de tan atinada me hace querer leerla comenzándola, cada vez, desde una letra distinta. Ya hacia el final del libro empiezas a tomar velocidad de vértigo, pero ese logro es poco menos que aprendido, tienes que estar totalmente inmerso en la prosa de Xavier Velasco para llegar a esto.

Los personajes de Puedo explicarlo todo, me parecen, con mucho, menos míos que los de Diablo guardián. Seis Imeldas no logran una Violetta. Me gustan más las mujeres velasquescas que los hombres, pero en esta novela, quizá mi personaje favorito, el que me acompañará felizmente en el recuerdo cada dos por tres, será Isaías Balboa. Me encanta, es terriblemente patético, pero tiene el candor necesario para considerarse a sí mismo un ejemplo de vida. Conozco patéticos sobrados de sí mismos suficientes como para comprender a Balboa y sentir ternura por él. Es un asco de persona, pero luego, es tan encantador y dice las cosas tan bien dichas que es imposible odiarlo.

Norma Eleuteria, Olga Brunilda, Nubia Eduviges y Nadia Rosenda son hermanas, solo aparecen brevemente en el novelón. Y casi suenan irrisorios los nombres, pero siendo hermanas, viniendo los nombres no de la misma pluma sino de los mismos padres, parece que son perfectamente posibles. Estos nombres que casi no aparecen, son los de las hermanas de la casi antagonista del libro Imelda Fredesvinda, todas llamadas horrorosamente, todas hijas de una Obdulia, como cabría esperar. Es encantador pensar que lo que diferencia a Imelda de Norma, Olga, Nubia y Nadia es que ella sí sabe distinguir la mala vida, la mala vida consiste en quedarse a vender aspirinas y kótex en Chiconcuac (pág502). Las cuatro hermanas aparecen poco, ellas viven de su farmacia morelense... Imelda aparece mucho, ella es la que cambia el curso de la familia Gómez Germán.

El personaje central del libro es Joaquín, pero en Joaquín viven un montón de personajes que parece usar según va queriendo o necesitando. Si Joaquín debe vivir escondido, siempre cabe sacar a pasear a sus alter egos aunque así estos le vayan ganando terreno al de carne y hueso. "La diferencia entre tú y yo, mi querido Joaquín, es que te crees cabrón, por perfecto, y yo me creo perfecto, por cabrón. Lástima que no seas tú perfecto, y yo sí sea cabrón." (pág533) Además, Joaquín tiene la cualidad increíble de dominar el concepto de abrazos de vampiro querendón... también estos abrazos los conozco, solo que no me sabía su nombre de pila.

Me gusta tanto la cadencia de la prosa de Velasco que debo confesar que la última vez que lo vi lo encontré hasta guapo. Y es que para hacer honor a la verdad le tendría que decir lo mismo que el doctor Alcalde le dice a su maestro: "Viejo cabrón, me encariñé contigo".

Que siga escribiendo Velasco, que escriba mucho. Sobra decir esto, pues cuando escribe, siempre escribe en dosis de verborrea inacabable. Yo lo seguiré disfrutando, aunque mientras lo lea sepa que el mundo sigue corriendo y que yo, parada frente al anaquel de la librería en la que se exhibe cada nueva novela, estoy, queriéndolo o sin quererlo, comprometiendo las noches de los siguientes cien días.

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