miércoles, 13 de julio de 2011

El ruido de las cosas al caer | Juan Gabriel Vásquez


Leer una novela es navegar en ella. Se trata de meter la cabeza y después de haberse zambullido, gracias al arte de lo escrito, poder respirar perfectamente en ese nuevo mundo en el que estás. Una vez aprendido el arte de respirar el aire de esa novela, volver a la realidad y regresar a la novela se vuelve un mecanismo sencillo, se hace con naturalidad. Estás en la novela, interrumpes y estás en la cocina, terminas en la cocina y estás de vuelta en la novela, interrumpes y duermes la noche a pierna suelta, despiertas y vuelves a la novela. Cuando una novela está bien escrita ir y venir es perfectamente gozable. Este libro es un buen ejemplo de esta condición. Vives un mundo bien creado y sales para vivir tu otro mundo, el habitual, el que tú has hecho para ti. La narración de Juan Gabriel Vásquez es, sin duda, estupenda.

Sin embargo -y este sin embargo es para mí enorme y no consigo pasarlo por alto- una tontera, un descuido, mancha la destacable limpieza del texto. Es una bobada, pero la bobada es lo suficientemente grande como para que de pronto el protagonista deje de ser de carne y hueso para convertirse en un personaje de tinta y papel, hechizo, resultado del hada malvada de la inspiración, pero inverosímil. Los teóricos de la literatura siempre han insistido en el punto de la verosimilitud... y en el asunto del embarazo de Aura, ay, Vásquez pierde en un solo párrafo y de un solo golpe toda la verosimilitud que había trabajado durante las primeras cuarenta páginas. Casi al final del primer capítulo de los seis que componen el libro, Aura, la novia/esposa del protagonista, con seis semanas de embarazo, va -con el protagonista incluido- a realizarse una ecografía, es la primera vez que ven a su bebé y la ginecóloga les dice que mide siete milímetros (aquí no hay ay) y también les dice, ay (gran ay), que es una niña y que está perfectamente sana. Lo de la perfecta salud puedo suponer que se refiere a que está en perfecta salud en relación a lo que se espera de un embrión de seis semanas, es decir, que está implantado en un buen sitio de las paredes uterinas de la madre... pero no puedo pasar por alto lo del sexo de dicho embrión, y no lo puedo pasar por alto debido a que en las siguientes páginas machaca terriblemente con el hecho de que ahí viene su hija, su Leticia, su Leticia hecha y derecha... y lo sabe a las seis semanas... Nada, yo soy exagerada o esto es un milagro médico nunca antes visto: en 1995 una ecografía que revela el sexo del bebé varias semanas antes de que este tome forma. En un ultrasonido, cuando el niño o niña se deja ver, el sexo se sabe alrededor de la semana veinte, repito, de la semana veinte; es decir, catorce semanas después (tres meses después) de lo que estipula el narrador. ¿Que se podría perdonar al autor en caso de no tener hijos? No. ¿Que se le podría perdonar por ser hombre y no tener útero? Tampoco. ¿Que se le podría perdonar porque erró por una cosita de nada? Menos. No lo sé, entiendo que para cualquiera que no sepa nada de bebés o embarazos o ultrasonidos el texto no se le haya arruinado un poquito por culpa de un fallidísimo párrafo en la página cuarenta. Pues felicidades a ellos, los envidio, pero no es mi caso. Sin embargo -y esta vez el sin embargo es para mí pequeño pero muy valioso- el tonto fallo no estropea el resto de la lectura. Vuelves a encariñarte con ellos, con los personajes, con lo humanos que son en función de lo que les está pasando.

La historia detrás de la historia del protagonista de esta novela, es la de una amistad frustrada por el asesinato de un compañero de billar. Los entresijos que sigue el protagonista para conocer la historia de su casi-amigo-ya-no-amigo son fascinantes. La historia vale la pena de ser leída, el tema de los pilotos, el de la droga y el narcotráfico (tratado de manera tan abismalmente distinta de lo que se ha leído en el país en los últimos años), el tema de Colombia en general, Bogotá en particular, el amor, la amistad, el pasado, el presente, el futuro. Al texto de Juan Gabriel Vásquez no le falta nada. La historia está completa y está estupendamente escrita, o mejor, estupendamente murmurada. Es casi perfecta.

No obstante, otra vez fallan los números cuando la niña, Leticia, ya nació. Pues si Aura le avisa de sus seis semanas de embarazo cinco días antes de la navidad de 1995 (pág37) y la ecografía tiene lugar el 21 de diciembre (pág40) y la niña nace en agosto de 1996  (pág64) las matemáticas no cuadran cuando escribe "Un día de 1998, poco después de que terminara el mundial de fútbol en Francia y poco antes de que Leticia cumpliera un año de vida, yo estaba esperando un taxi a la altura del Parque Nacional" (pág68). En fin, además de lo ya citado, encuentro otro fallo también respecto a la edad de Leticia más adelante en la narración, pero por cuestiones del desarrollo de la trama mejor lo dejo en mis apuntes personales y no lo comento en este medio. Vuelvo a lo dicho a finales del párrafo anterior, si no fuera por estos pendientes la historia, además de estupendamente escrita, sería perfecta y no casi perfecta.

El ruido de las cosas al caer ganó el Premio Alfaguara de Novela 2011 y hasta antes de abrir la plica que contenía el nombre del autor la novela llevaba otro título Todos los pilotos muertos... Así que puedo asegurar otra cosa más de Juan Gabriel Vásquez, sin lugar a dudas sabe crear buenos títulos.