lunes, 8 de agosto de 2011

Testamento mortal | Donna Leon


Ya sé que esto no es literatura, sino mero divertimento. Igual quiero comentarlo porque lo estuve leyendo.

El commissario Brunetti es un viejo conocido. Viajé en papel por Venecia muchos años antes de haberlo hecho con mis propios pies. Los tres libros de la serie detectivesca de Donna Leon que había leído fueron antes de que conociera Venecia hace dos años. Leer las historias de Brunetti antes de Venecia fue un acierto, leerlas después de Venecia no lo sé, dejo este punto pendiente.

Testamento mortal es la novela número veinte (sí, veinte, una por año empezando en 1992) de Donna Leon en la que su protagonista, Guido Brunetti, resuelve crímenes en Venecia. Los tres que había leído antes no fueron el uno el dos y el tres, no; fueron algo así como el uno, el tres y el once. En ellos la novela facilona resultaba muy entretenida, sobre todo por la novedad de un detective que resuelve entuertos montado en un vaporetto por los canales de la ciudad, de un detective que está hasta el copete de tanto turismo y cuya esposa da clases de literatura en la universidad y también da sermones de cocina en la mesa familiar. Vaya, en los tres libros que recuerdo Brunetti me caía bien. En este libro, lo siento, lo hemos perdido. Ni siquiera como facilona policiaca entretenida queda bien el libro. Me parece que la señora Leon ya se hartó de su personaje y no me extraña, veinte años de vivir creándole una vida debe dejarte exhausto.

El libro es cursilísimo, la prosa del libro es sumamente cursi, los diálogos son cursis también. Yo no recuedo de los antiguos que fueran tan cursis, sí cursis (cierto grado de cursilería lo tolero sonriente) pero no tan cursis (a partir de cierto grado, la cursilería me parece insoportable). Una cena con su familia, una y los diálogos te hacen querer tirar el libro por la ventana (padre petulante, madre petulante, hija petulante, hijo mudo).

Cuando lees una serie de novelas hay cosas que esperas ver repetidas; vaya, creo que por eso repites en los libros subsiguientes. Aquí me decepcionaron algunos cambios: Leon le quitó a la secretaria, la signorina Elettra, su juventud y provocación, pum, listo, ya no lo tiene; también quitó la pesadez del teniente Scarpa, cuya tensión con el protagonista le daba sabor a sus novelas; los turistas tampoco figuran, no es la atiborrada Venecia que yo conocí en sus páginas ni es la atiborrada Venecia que yo conocí en Venecia, ese personaje repetitivo y entorpecedor, el turismo, también desaparece. Pero el problema principal es que el argumento -¡ay, el argumento!- no va para ningún lado, como si a medio camino hubiera cambiado de plan y se le olvidó dar alguna razón por la cual el protagonista deja las líneas de investigación que antes seguía. No, Donna Leon, muy mal, muy mal. El libro no llega a categoría churrazo, los otros tres que leí sí fueron categoría churrazo y yo a veces tengo ganas de leer un buen churrazo. Este hasta como churrazo fracasa en rotundo. Propongo que Donna Leon viva de sus regalías y descanse unos años.

Quizá leer Testamento mortal sea un acierto para quien no se perdió Muerte en la Fenice, Muerte en un país extraño, Vestido para la muerte (es un poco repetitiva la señora, o al menos los traductores que retitulan sus obras), Muerte y juicio (ehem), Aqua alta (ya no podían seguir), Mientras dormían, Nobleza obliga, El peor remedio, Amigos en las altas esferas, Un mar de problemas, Malas artes, Justicia uniforme, Pruebas falsas, Piedras ensangrentadas, Veneno de cristal, Líbranos del bien, La chica de sus sueños, La otra cara de la verdad y Cuestión de fe. Creo que para quienes no nos leímos todos, simplemente no es bueno. No me queda mucho más por decir.

Si Donna Leon no estaba aburrida al escribir esta historia, sin duda lo parece. Yo estuve aburrida al leerla. Lástima.

miércoles, 3 de agosto de 2011

La cena | Herman Koch


Lo leí en cuarenta horas. No. Falsedad sintáctica. Lo leí dentro de un periodo de cuarenta horas. Quiero decir, del minuto en que empecé a leerlo al minuto en que terminé de leerlo pasaron cerca de cuarenta horas. Dentro de esas horas estuvieron las casi trescientas páginas del libro, dos noches con sus educadas horas de sueño, una boda y una fiesta. De tal forma que sumando todos los ratitos de lectura fueron muchas menos horas. La cuestión es que fue uno de esos libros que quieres aprovechar el momento, aunque no tengas más que dos minutos y medio disponibles, los aprovechas en disponerlos.

Casi no me atrevo a comentar nada del libro porque es de esos libros que no deben comentarse so riesgo de arruinar todo lo que el libro tiene de interesante. Quizá solo diré que el tiempo de la ficción es el tiempo que pasan los personajes cenando juntos y que el lugar de la ficción es un restaurante de lujo y que los que cenan son cuatro, dos parejas, dos hermanos y sus dos mujeres. Diré también que como en toda cena familiar hay más cuestiones que las aparentes en un principio y que como en toda cena familiar hay muchos ires y venires en las emociones.

Fue un libro entretenido, comercial, fácil y ligero; pero de entre los libros entretenidos, comerciales, fáciles y ligeros, este es una buena opción para dedicarle unos cuantos ratitos en el lapso de cuarenta horas de un fin de semana; entretenerse leyendo y entretenerse pensando en los debates que Koch enuncia y deja así, sin ver, casi como diciendo yo no he sido...

lunes, 1 de agosto de 2011

Diablo Guardián | Xavier Velasco


Muchísimo por decir... casi todo lo dejaré por el camino. No por falta de ganas ni por falta de tiempo, sino por hacer un ejercicio de congruencia. Considero que el libro de Velasco es una maravilla, pero me parece que le sobran cien o ciento cincuenta páginas a la mitad del texto. En eso consiste mi ejercicio de congruencia, en evitar el palabrerío que evitó evitar Xavier Velasco. Vayamos por partes.

Uno de mis maestros de la universidad insistía que el Quijote era uno de los libros más citados y menos leídos de la literatura en nuestro idioma. Siempre he creído fielmente esa tesis. Yo una vez me arranqué con fuerza para devorarlo y ser de la minoría que sí lo había leído. Ávida de buena literatura vieja llegué al capítulo treinta y ocho del libro primero y me enamoré del capítulo. Me detuve para reflexionar mi enamoramiento por un capítulo de un libro clásico... El libro quedó interrumpido y años después sigue en el mismo estado. No volví, no me dio la gana y acepté que mis probabilidades de seguir siendo de la mayoría (no lectora) del Quijote se habían de mantener. Ahora guardo un enorme cariño por ese capítulo que interrumpió (no sé si para siempre) la lectura de la novela.

Cuando comencé con Diablo Guardián también tuve una interrupción (viaje súbito, libro de aeropuerto, Pig y Violetta descansando en mi casa vacía, en mi buró paciente) y ese cambio brusco de lectura mantuvo al Diablo Guardián muy cerca de sufrir el fenómeno Quijote: la feliz interrupción. No se me malinterprete, interrumpo libros y los retomo constantemente, pero en este caso retomar el libro me costó unos días, muchos días, de preparación. En el primer momento en que me sentí curiosa por saber cómo seguía, salí volando para buscar la página, exprimir la memoria y reencontrarme con los personajes. La cuestión es que ese primer momento tardó en llegar, tardó tanto que yo ya casi casi le daba carpetazo, pero cuando el momento llegó, lo aproveché. Si hubo una seria posibilidad de dejar Diablo Guardián creo que se debe al fenómeno lagunar que pasa en el libro. Y es que el libro es una gozada. La novela empieza estupendamente bien, sigue así por muchísimas páginas y luego entra en una laguna que es muy larga, muy larga, muy larguísima... si sales de la laguna ya estás limpio, seco y fresco y no cuesta ningún trabajo leer de un tirón las últimas doscientas páginas, se van como agua. El problema son las doscientas páginas enlagunadas.

Sin embargo el libro es bueno, muy largo y muy bueno. Una de las características más lindas del libro es que casi podría citarse a ciegas, me explico, abrir el libro en cualquier tramo, posar los ojos en cualquier punto y leer; la cita, sin duda, sería memorable. El libro es un enorme compendio de frases memorables, algunas que llevan a la risa, otras al enojo, casi todas te llevan, con frenesí, al deseo de leer la siguiente frase. Está bien escrito. Es un libro que aun leyéndolo en silencio, se lee a gritos. Es una novela estruendosa.

Rosalba Rosas Valdivia muere para dejar nacer a Violetta Schmidt. Un personaje inolvidable, una quinceañera, dieciseisañera, diecisieteañera, dieciochoañera, diecinueveañera, veinteañera que no putea ni golfea, sino que bitchea con eventuales mariditos maduritos. Es una transgresora que, a veces, se muere de miedo. Sus aventuras empiezan cuando roba ciento catorce mil seiscientos noventa dólares en unas circunstancias muy peculiares. Violetta R. Schmidt Rosas-Valdivia fue una buena compañía en este julio.

Diablo Guardián ganó el premio Alfaguara de Novela en 2003. Yo estaba fuera de mi casa cuando me enteré que un mexicano lo había ganado. Recuerdo su cara y su torpe entrevista; también recuerdo lo que pensé en ese momento: "Seguro es mejor escritor que orador" en esto tuve muchísima muchísima razón. Hace poco lo oí con una periodista hablando de su última novela (que espera paciente su turno de ser leída). En esta segunda entrevista (ocho años después) ya era otro, era uno nuevo; fue, además, un estupendo orador.

Gracias a mi querida hermana mayor por regalarme el libro. Leer la vida de Violetta de los 15 a los 20 es una estupenda manera de celebrar los 30.