domingo, 1 de noviembre de 2015

Así empieza lo malo | Javier Marías


Cuando dejamos de indagar las verdades que existen detrás de aquello que conocemos y nos quedamos con la realidad aparente de lo que se tiene enfrente, así empieza lo malo y termina lo peor. Cuando nos resignamos con lo que sabemos y no seguimos desentrañando los caminos que ocultan las aparentes verdades, así empieza lo malo y termina lo peor. Cuando nos conformamos y dejamos de indagar, así empieza lo malo y termina lo peor.

En este libro, lo bueno empieza desde la primera página, logrando que las primeras cien sean una lección de redacción. Marías recalca en más de una ocasión el arte propio de saber escribir a la perfección oraciones subordinadas, una tras otra; exigiendo del lector la práctica, en muchos olvidada, de despejar fórmulas algebraicas para resolver incógnitas, pero en el campo de los objetos directos, indirectos y circunstanciales. Sin un fallo. Con maestría.

Una vez que estás rendido a sus labores estilísticas, Marías cautiva con la historia, acercándose al estilo de novela de detectives, pero sin dejar por un segundo su característico estilo de novela intelectual, con personajes eruditos que se jactan de serlo. A la vez, haciendo crecer en el lector la duda de quiénes son y quiénes fueron cada uno de esos personajes.

Y la historia que te cuenta, la historia que te envuelve, trata de Eduardo Muriel, cineasta con renombre que ya no vive su época dorada pero que conserva de ella las relaciones sociales; de su mujer Beatriz Noguera, atormentada; de su amigo Jorge Van Vechten y de su ayudante Juan de Vere, quien es a su vez el narrador y quien recibe del cineasta el encargo de investigar el pasado de Van Vechten y sus posibles vilezas.

Es una gozada de leer.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Un matrimonio feliz | Rafael Yglesias


Esta es una reseña difícil. El libro es peculiar, más que peculiar.

El tema central es el cáncer. Los últimos días de vida de la esposa del narrador, enferma terminal de cáncer. El libro empieza con la decisión, tras dos recaídas en la enfermedad, de dejar de luchar contra ella. Aceptar que se terminó.

La reseña es difícil porque el libro es difícil. ¿Quién puede leer este libro? ¿Quienes ya pasamos por esto? ¿Aquellos que entendemos de qué sentimientos da cuenta cuando habla de la alimentación parenteral, de la colostomía, de los delirios…? Es sumamente doloroso, pues vivir con Enrique la agonía de Margaret te grita agonías personales, las de verdad. ¿Quién entonces puede leerlo? ¿El que no ha vivido todo esto? Supongo que para ellos sería un libro duro por ajeno, por extremo, porque no tienes idea de cómo es lo que se narra si no lo has vivido aunque sea poco. Aunque quizá, por aquello a lo que interpela, tanto unos como otros deberían leerlo, aunque a unos y otros les pueda en el alma de distinta forma. Quizá no debería leerlo quien está viviendo un proceso de estos; no hay nada más desalentador que estas letras cuando se está luchando por seguir esperanzado. No lo sé. Es un libro de recomendación difícil.

¡Listo! Tengo una respuesta tentativa... deberían leerlo todas las enfermeras del mundo. Creo que deben ser las únicas con bastante estómago y experiencia suficiente para que el libro les hable directamente sin destrozarles el corazón por el camino.

La novela intercala en los capítulos nones, la historia del principio de la relación de Enrique y Margaret, treinta años atrás. De cómo contra todo pronóstico (del protagonista, el lector ya sabe a dónde va todo) se enamoran, se casan, se engañan, se perdonan y se quieren. En estos capítulos se hace evidente que esta, como todas las historias de amor, es realmente corriente.

Que además el autor, como el narrador, sea novelista, haya triunfado desde muy joven, escriba guiones para Hollywood, tenga dos hijos varones y acabe de perder a su esposa por un cáncer repetido… da mucho de qué hablar. Es demasiada desnudez para no sentir un escalofrío de saber que si te narra lo que te narra como te lo narra es porque, irremediablemente, narra la historia de su vida. Eso es lo que, al final de todo, te hace llorar.

lunes, 18 de febrero de 2013

Las vírgenes suicidas | Jeffrey Eugenides

 
"Era martes y la madre de Joe olía a pulimento para muebles" (pág20). La oración es horrorosa, no hay manera. Quizá alguno piense que es un problema de traducción, pero temo que en inglés es igualmente horrible: "It was Tuesday and she smelled of furniture polish".

Esta novela está escrita en los noventas, esto es importante aclararlo porque es una constante en la lectura. De alguna manera, a pesar de no estar situada en un tiempo determinado, es evidente que el quehacer literario de los noventas permea cada frase del libro. Puede pensarse que esto ocurre en la mayoría de los libros y que cada década, cada año si me apuran, se cuela en la escritura. Estoy de acuerdo, pero en unos libros esto es una característica más, en otros, esto es la característica primordial. Yo leo Las vírgenes suicidas de Eugenides y, lo quiera o no, siento que estoy leyendo un libro del pasado, un libro viejo, más viejo que El proceso de Kafka a pesar de que este otro no se escribió hace veinte años, sino hace cerca de cien. Es algo que pasa con algunos libros (como con algunas personas) que envejecen a diferente ritmo. Esta novela de Eugenides está muy bien escrita, pero ya se hizo vieja.

La idea que sostiene la novela da para mucho: cinco hermanas, bonitas, sanas, jóvenes y vírgenes, poco inocentes y tentadas por la muerte. La idea, en sí, es un acierto. Sin embargo, temo que la narrativa que la acompaña cansa, agobia. Tiende a ser paja que ostenta su ser paja. Las veinte primeras páginas son un placer, las cuarenta últimas son una lección de buena redacción, todas las intermedias, ciento sesenta, son un ejercicio de autocomplacencia de Eugenides. Se sabe buen narrador, no parece esforzarse mayormente, es como si hiciera tiempo en contar cómo todo el vecindario sueña con las hermanas, todo el vecindario espía a las hermanas, todo el vecindario guarda obsesivamente reliquias robadas a las hermanas para poder, luego, imaginar que tras las reliquias están también allí, junto a ellos, las hermanas... Y es bueno, sí, no pretendo negarlo; pero no me es fácil perdonar tantísimos y tantísimos personajes a los que da nombre y apellido y no sirven más que para una mención a media página, para convertirlos en instrumento que sirve de pretexto para volver una y otra y otra vez a la obsesión grupal por las Lisbon. Y no perdono del todo estas ciento sesenta páginas narradas como declaración policial, porque ese texto parece jactarse "dame chance, solo estoy haciendo tiempo para lanzarte cuarenta páginas perfectas... solo estoy llenando folios porque ya sé que cuando leas las cuarenta páginas perfectas con las que termina el relato, habrás de perdonarme". Lo siento, acepto que las cuarenta últimas páginas son casi perfectas, pero para mí eso no justifica las anteriores. Además, es justo en esas páginas de relleno en las que más se cuela el discurso que grita "soy noventero".

Si con lo leído hasta ahora en esta crítica, alguno tiene la vaga idea de que el libro es malo es importante desmentirlo antes de que sea tarde: "Tumbados sobre un trozo de estera en el sótano de los Krieger, nos dedicábamos a soñar en todas las maneras posibles de consolar a las hermanas Lisbon" (pág53). El libro tiene un sinfín de oraciones magníficas como esta, que describen a la perfección esa edad en que casi todo es adorar a distancia y soñar despierto. Lástima, insisto, recurrir a tantos personajes insignificantes para intentar convencer al lector.

Me parecen muy bien logradas las imágenes que logra el leitmotiv de las moscas de pescado, siempre atacando a todo el vecindario y siendo abatidas por todos menos por los Lisbon. La casa se va cubriendo de este pequeño insecto, las ventanas van perdiendo transparencia, las paredes van dejando su blancura. Las moscas de pescado son la constatación del abandono de los Lisbon por su casa y el abandono de los Lisbon por su casa es la constatación del abandono de los Lisbon a sí mismos. Ellos también se están dejando vencer por las moscas del pescado que los recubren, los ensucian y los dejan en un estado similar a la penumbra, en desolación. Estos insectos que van y vienen en el relato hacen a veces que el asco que generan se extienda y te haga entrar en la novela y sufrirla. En ese mismo rubro, también me encanta el tema del olor de la casa. Cuanto mayor es el abandono, mayor es, también, el olor a mujer que despide la propiedad y ese olor va saliendo por las ventanas y por las puertas. Ese olor hace que aun a pesar de no ver a las hermanas los vecinos sigan obsesionados con ellas. ¿Será ese olor el que hace que Eugenides tenga tantos y tan fieles lectores en Estados Unidos? No lo sé. Por lo pronto, me apunto sin mucha convicción a leer The marriage plot, su última novela. Siendo de 2011 tendrá que dejar otro sabor.

En fin. Las vírgenes suicidas me gusta, pero poco. Me hubiera gustado mucho más hace diez años. Hoy me da la impresión de que ya envejeció el libro o, muy probablemente, irremediablemente, ya envejecí yo.