lunes, 18 de febrero de 2013

Las vírgenes suicidas | Jeffrey Eugenides

 
"Era martes y la madre de Joe olía a pulimento para muebles" (pág20). La oración es horrorosa, no hay manera. Quizá alguno piense que es un problema de traducción, pero temo que en inglés es igualmente horrible: "It was Tuesday and she smelled of furniture polish".

Esta novela está escrita en los noventas, esto es importante aclararlo porque es una constante en la lectura. De alguna manera, a pesar de no estar situada en un tiempo determinado, es evidente que el quehacer literario de los noventas permea cada frase del libro. Puede pensarse que esto ocurre en la mayoría de los libros y que cada década, cada año si me apuran, se cuela en la escritura. Estoy de acuerdo, pero en unos libros esto es una característica más, en otros, esto es la característica primordial. Yo leo Las vírgenes suicidas de Eugenides y, lo quiera o no, siento que estoy leyendo un libro del pasado, un libro viejo, más viejo que El proceso de Kafka a pesar de que este otro no se escribió hace veinte años, sino hace cerca de cien. Es algo que pasa con algunos libros (como con algunas personas) que envejecen a diferente ritmo. Esta novela de Eugenides está muy bien escrita, pero ya se hizo vieja.

La idea que sostiene la novela da para mucho: cinco hermanas, bonitas, sanas, jóvenes y vírgenes, poco inocentes y tentadas por la muerte. La idea, en sí, es un acierto. Sin embargo, temo que la narrativa que la acompaña cansa, agobia. Tiende a ser paja que ostenta su ser paja. Las veinte primeras páginas son un placer, las cuarenta últimas son una lección de buena redacción, todas las intermedias, ciento sesenta, son un ejercicio de autocomplacencia de Eugenides. Se sabe buen narrador, no parece esforzarse mayormente, es como si hiciera tiempo en contar cómo todo el vecindario sueña con las hermanas, todo el vecindario espía a las hermanas, todo el vecindario guarda obsesivamente reliquias robadas a las hermanas para poder, luego, imaginar que tras las reliquias están también allí, junto a ellos, las hermanas... Y es bueno, sí, no pretendo negarlo; pero no me es fácil perdonar tantísimos y tantísimos personajes a los que da nombre y apellido y no sirven más que para una mención a media página, para convertirlos en instrumento que sirve de pretexto para volver una y otra y otra vez a la obsesión grupal por las Lisbon. Y no perdono del todo estas ciento sesenta páginas narradas como declaración policial, porque ese texto parece jactarse "dame chance, solo estoy haciendo tiempo para lanzarte cuarenta páginas perfectas... solo estoy llenando folios porque ya sé que cuando leas las cuarenta páginas perfectas con las que termina el relato, habrás de perdonarme". Lo siento, acepto que las cuarenta últimas páginas son casi perfectas, pero para mí eso no justifica las anteriores. Además, es justo en esas páginas de relleno en las que más se cuela el discurso que grita "soy noventero".

Si con lo leído hasta ahora en esta crítica, alguno tiene la vaga idea de que el libro es malo es importante desmentirlo antes de que sea tarde: "Tumbados sobre un trozo de estera en el sótano de los Krieger, nos dedicábamos a soñar en todas las maneras posibles de consolar a las hermanas Lisbon" (pág53). El libro tiene un sinfín de oraciones magníficas como esta, que describen a la perfección esa edad en que casi todo es adorar a distancia y soñar despierto. Lástima, insisto, recurrir a tantos personajes insignificantes para intentar convencer al lector.

Me parecen muy bien logradas las imágenes que logra el leitmotiv de las moscas de pescado, siempre atacando a todo el vecindario y siendo abatidas por todos menos por los Lisbon. La casa se va cubriendo de este pequeño insecto, las ventanas van perdiendo transparencia, las paredes van dejando su blancura. Las moscas de pescado son la constatación del abandono de los Lisbon por su casa y el abandono de los Lisbon por su casa es la constatación del abandono de los Lisbon a sí mismos. Ellos también se están dejando vencer por las moscas del pescado que los recubren, los ensucian y los dejan en un estado similar a la penumbra, en desolación. Estos insectos que van y vienen en el relato hacen a veces que el asco que generan se extienda y te haga entrar en la novela y sufrirla. En ese mismo rubro, también me encanta el tema del olor de la casa. Cuanto mayor es el abandono, mayor es, también, el olor a mujer que despide la propiedad y ese olor va saliendo por las ventanas y por las puertas. Ese olor hace que aun a pesar de no ver a las hermanas los vecinos sigan obsesionados con ellas. ¿Será ese olor el que hace que Eugenides tenga tantos y tan fieles lectores en Estados Unidos? No lo sé. Por lo pronto, me apunto sin mucha convicción a leer The marriage plot, su última novela. Siendo de 2011 tendrá que dejar otro sabor.

En fin. Las vírgenes suicidas me gusta, pero poco. Me hubiera gustado mucho más hace diez años. Hoy me da la impresión de que ya envejeció el libro o, muy probablemente, irremediablemente, ya envejecí yo.

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